incendio forestal

¿Cómo recuperar la biodiversidad después de un incendio forestal?

¿Cómo recuperar la biodiversidad después de un incendio forestal?

Las olas de calor afectan a la vegetación

Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), en la España peninsular, el verano de 2025 (con temperatura media de 24,2ºC), fue el más cálido desde que se tienen registros, año 1961.

Respecto al verano de 22025, las olas de calor (episodios prolongados de temperaturas anormalmente altas), según Aemet nuestro país se mantuvo durante 33 días en ola de calor. La primera ola duró 17 días (desde mediados de junio a principios de julio) y la segunda (entre el 3 y el 18 de agosto), fue especialmente intensa, ya que mostró una anomalía de 4,2ºC. En la serie histórica, sólo el verano de 2022 registró más días en ola de calor.

Estas olas de calor se suelen acompañar de noches tropicales, aquellas en las que la temperatura mínima no baja de los 20ºC. En Madrid, el número de noches tropicales ha pasado de oscilar entre 10-30 noches cálidas, década de los años 70, a superar las 70-90 noches al año en las últimas décadas.

Las olas de calor afectan a la vegetación de forma severa. Las temperaturas anormalmente altas causan estrés térmico y deshidratación en las plantas, ralentizando la fotosíntesis y reduciendo el crecimiento. Estas condiciones ambientales extremas pueden producir quemaduras solares, marchitamiento, pérdida de hojas y frutos e incluso a la muerte de la planta.  Además, el suelo se seca rápidamente, lo que dificulta la absorción de agua por las raíces, y el aumento de la temperatura puede favorecer la aparición de plagas y enfermedades, y contribuir a los incendios forestales en condiciones secas. Por estas razones, la crisis climática provocada por el calentamiento global agrava los incendios.

La relación bosque-sociedad en los ecosistemas mediterráneos

El paisaje mediterráneo ha estado moldeado por la acción humana durante milenios, principalmente a través de la agricultura, la ganadería y el aprovechamiento forestal. Estas actividades han generado un paisaje tradicional formado por un mosaico de cultivos, pastos y bosques aclarados, donde eran frecuentes los incendios de baja intensidad y fáciles de controlar.

Con el tiempo, la sobreexplotación agrícola y forestal fue provocando un incremento de la erosión y la degradación de los ecosistemas, que tuvo como respuesta por parte de la Administración Pública la puesta en marcha de grandes esfuerzos para la reforestación. Sin embargo, en el último siglo, el abandono rural, el cambio de modelo energético y la pérdida de rentabilidad forestal han favorecido una expansión natural y desordenada de los bosques. Estos se han densificado, acumulando combustible y haciéndose más vulnerables a las plagas, a las sequías y al calentamiento global.

El resultado es la aparición de incendios forestales mucho más intensos, extensos y destructivos, difíciles de controlar y con graves consecuencias sociales, económicas y ambientales. El fuego, aunque natural en estos ecosistemas, se ha convertido en una amenaza amplificada por la pérdida del mosaico agrícola y el exceso de vegetación.

La gestión del riesgo requiere ir más allá de la extinción, actuando también sobre la estructura del territorio y reduciendo tanto la capacidad de propagación de los incendios como la vulnerabilidad de las personas y bienes expuestos.

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La relación incendio-biodiversidad en los ecosistemas mediterráneos

El fuego es una perturbación natural, presente desde los orígenes de la vida en la Tierra, que ha influido en la evolución de las especies. Cada ecosistema tiene un régimen de fuego natural, definido por la frecuencia y magnitud de los incendios que puede sostener sin perder su equilibrio. En este sentido, los incendios forestales naturales forman parte del funcionamiento de la mayoría de ecosistemas y en el caso de la vegetación mediterránea, está bien adaptada al fuego mediante distintas estrategias, tales como el desarrollo de cortezas gruesas y la capacidad de rebrote o germinación tras el fuego.

Según la hipótesis de la perturbación intermedia planteada por Joseph Conell, en 1978, las perturbaciones naturales de intensidad y frecuencia intermedias actúan como motor de resiliencia, favoreciendo mayores índices de diversidad biológica, evitando la dominancia de unas pocas especies, permitiendo que el sistema resista y se recupere mejor frente a otros impactos. En los ecosistemas mediterráneos, un ejemplo de estas perturbaciones intermedias serían los incendios forestales de intensidad y frecuencia moderada.

Los ecosistemas forestales mediterráneos pueden estar adaptados a fuegos frecuentes y de baja intensidad, que limpian el sotobosque y generan estructuras más resistentes. Estos bosques también pueden estar adaptados a fuegos poco frecuentes, de alta intensidad, que favorecen una regeneración del ecosistema.

El impacto del fuego sobre los bosques mediterráneos depende de su intensidad y frecuencia. Si son moderados, permiten la recuperación natural de la cubierta vegetal, reducen el riesgo de erosión, pueden favorecer el pastoreo y la caza, e incluso aumentar la biodiversidad con especies de hábitats abiertos. También tienen un impacto menor sobre el paisaje y, en algunos casos, beneficios económicos (madera quemada, pastos, caza, setas).

En cambio, los incendios muy intensos y repetidos dificultan la regeneración, aumentan la erosión, alteran el ciclo del agua, degradan el suelo y pueden conducir a la desertificación. Además, afectan a productos forestales como el corcho, la madera o los recursos micológicos y generan elevados costes de extinción y restauración.

En síntesis, el fuego no es siempre negativo desde el punto de vista ecológico: el ecosistema mediterráneo tiende a regenerarse, aunque a ritmos más lentos de lo que la sociedad desearía. El reto está en evitar que la frecuencia e intensidad de los incendios superen la capacidad natural de recuperación del bosque.

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La restauración de la biodiversidad en áreas incendiadas

Como ya se ha indicado anteriormente, Los incendios forestales dejan una huella profunda en la naturaleza, la sociedad y la economía. Sus efectos no son iguales en todas partes: dependen de la intensidad del fuego, del estado de la vegetación, de la pendiente del terreno y de la frecuencia con que ocurren. Entre las consecuencias más graves están la pérdida de biodiversidad, el deterioro del suelo y el aumento de la erosión, junto con la desaparición de hábitats, la muerte de fauna y la reducción de recursos tan diversos como la madera, los frutos o los pastos. También se pierden servicios ambientales esenciales, como la regulación del agua, la purificación del aire o el uso recreativo de los montes. A esto se suma el impacto social, ya que suelen percibirse como auténticas catástrofes.

Restaurar un área incendiada significa detener la erosión y devolver la funcionalidad a los ecosistemas degradados. El primer paso es evaluar los daños: qué vegetación ha sobrevivido, hasta dónde puede regenerarse por sí sola y cuál es el riesgo de erosión. Si la regeneración natural es suficiente, se refuerza con tratamientos selvícolas, selección de rebrotes y control del pastoreo. Cuando no lo es, la solución pasa por la reforestación artificial, utilizando especies autóctonas y buscando siempre aumentar la diversidad y la resistencia del bosque.

Las actuaciones más habituales incluyen retirar rápidamente la madera quemada para evitar plagas, llevar a cabo obras de corrección hidrológica —como diques o fajinas— para frenar las escorrentías y, en paralelo, revegetar cauces y laderas. Estas intervenciones deben hacerse con el menor impacto posible: aprovechando materiales de la zona, reutilizando restos vegetales y manteniendo caudales ecológicos.

Las directrices recomiendan evitar los monocultivos, respetar la vegetación que haya sobrevivido y fomentar mosaicos de especies y líneas de defensa que reduzcan el riesgo de incendios futuros. Además, es clave mantener labores de prevención periódicas y abrir accesos que faciliten los trabajos.

Por último, la normativa —con la Ley 5/1999 como referencia— obliga a elaborar un Plan de Restauración para cada área quemada. Este documento debe describir el terreno afectado, valorar los daños y proponer medidas concretas como repoblaciones, tratamientos selvícolas o limitaciones al pastoreo, estableciendo plazos de ejecución para asegurar la recuperación completa del territorio.

En Altácia, también trabajamos en soluciones que integran la tecnología con la conservación de la biodiversidad. Por ejemplo, el despliegue de plantas solares fotovoltaicas se ha diseñado no solo para generar energía, sino también para proteger y restaurar ecosistemas degradados, fomentando la regeneración de la flora y fauna local. Este enfoque demuestra que, al combinar planificación tecnológica y criterios ecológicos, es posible recuperar la biodiversidad tras perturbaciones como los incendios forestales.

Mirando hacia el futuro

La recuperación de la biodiversidad tras un incendio forestal no es un proceso rápido ni sencillo. Requiere tiempo, paciencia y un compromiso firme por parte de administraciones, técnicos, propietarios forestales y ciudadanía. El fuego, aunque forma parte de la dinámica natural de los ecosistemas mediterráneos, se convierte en una amenaza cuando su frecuencia e intensidad superan la capacidad de regeneración de la naturaleza.

Por eso, restaurar no significa solo plantar árboles: implica reconstruir funciones ecológicas, proteger el suelo, favorecer el regreso de la fauna y garantizar que los bosques futuros sean más diversos, resilientes y capaces de convivir con un clima cada vez más extremo. A la vez, supone repensar nuestra relación con el territorio, recuperando el mosaico de usos tradicionales y apostando por una gestión forestal activa que reduzca la vulnerabilidad frente al fuego.

En última instancia, el éxito de la restauración no se medirá únicamente en hectáreas reforestadas, sino en la capacidad de devolver vida, equilibrio y oportunidades a los paisajes mediterráneos. Porque recuperar la biodiversidad después de un incendio no es solo una tarea ambiental: es también una inversión en el bienestar de las generaciones presentes y futuras.