Integración Paisajística de Explotaciones Mineras: Estrategias, Visualidad y Restauración Ambiental
En 2016 tuvimos la oportunidad de publicar en la revista Management Systems in Production Engineering un artículo titulado “Mines, Quarries and Landscape. Visuality and Transformation”, en el que se revisaban los conceptos de “paisaje” e “integración paisajística” y se proponía un nuevo enfoque para la integración paisajística de las explotaciones mineras estrechamente vinculado al concepto de “visualidad”.
Casi 10 años después, este artículo resulta especialmente oportuno como marco de reflexión ante el resurgir de la gran minería española que augura el lanzamiento el pasado marzo del Plan de Acción de las Materias Primas Minerales 2025-2029, entre cuyos objetivos está el fomento de la industria de materias primas minerales de carácter estratégico para la transición energética y digital, y el reconocimiento como “proyectos estratégicos” de siete iniciativas mineras en España, en el marco del “Reglamento de materias primas fundamentales”.
Concepto de paisaje
Según el Convenio Europeo del Paisaje, “paisaje” es cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter es el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos.
Así pues, el paisaje es un hecho que surge de la relación entre una comunidad y su entorno. No se puede comprender la realidad de un lugar sin analizar el componente cultural de la apropiación del espacio geográfico que realiza una comunidad determinada.
El paisaje no consiste solo en la configuración material, en la fisionomía. Surge de la relación sensible, de la percepción sensorial -principalmente visual, aunque no sólo- del territorio que observa el ser humano.
A pesar de los cambios en el territorio, la gran mayoría de los lugares aún conservan su carácter. El paisaje está lleno de sitios que encarnan las experiencias y aspiraciones de las personas, que se convierten en centros de significado, en símbolos que expresan pensamientos, ideas y diversas emociones.
La desaparición de espacios de alto valor ecológico, el avance del tejido urbano, el abandono de la actividad agraria que desdibuja las huellas de paisajes de alto valor cultural; la implantación de infraestructuras que fragmentan el territorio; y la dispersión de usos como la industria o la minería que alteran los patrones tradicionales son factores que dibujan un escenario caldo de cultivo para una preocupación cada vez más extendida generada por el paisaje, como continuación de una conciencia ambiental que tiene un apoyo social cada vez más importante.
Esta demanda social está teniendo un fuerte impacto a nivel legislativo a través de leyes que incentivan la realización de planes de participación ciudadana en el marco de la planificación regional y el reconocimiento de los vínculos de una comunidad con su territorio.
En este contexto de mayor demanda social por la naturaleza del territorio en el que vivimos, surge la necesidad de incorporar los estudios de integración paisajística en la dinámica de procesos de transformación territorial más amplios, como es el caso de la minería.
La integración paisajística
Responde a un conjunto de acciones que tienen como objetivo garantizar la implantación de un proyecto o actividad de forma coherente con su entorno y con la mínima alteración de los rasgos característicos del lugar.
Es un proceso que asume el paisaje como argumento, sugerencia y condicionante en todo momento, buscando la mínima alteración de las características del lugar. Su fin último es la re-cualificación ambiental, cultural, social-visual, e incluso económica, del espacio alterado, asumiendo las restricciones que este imponga y aprovechando al máximo su potencial.
Muchas veces, la práctica ha llevado a desarrollar la actividad minera ignorando su contexto territorial y social, y con demasiada frecuencia las acciones de integración paisajística han tenido un mero carácter paliativo.
Pero la integración no se limita a la mitigación de los impactos. Tiene, además, la vocación de mantener los valores del paisaje, de recuperarlos, de enriquecerlos, e incluso, de recrearlos. Y deben explorarse posibles vías de asimilación del cambio en el paisaje provocado por la actividad minera, vías de regeneración del mosaico ecológico.
Con este planteamiento, el conocimiento y comprensión de las características estructurales (formas, colores, recurso, etc.), funcionales y estéticas del territorio es clave para definir acciones de integración efectivas y coherentes. La especificidad de cada situación debe orientar el enfoque a seguir en la re-cualificación del lugar. No existe una solución única.
Dicho esto, entendiendo la minería como un proceso antrópico sobre el territorio que provocará una profunda transformación, surge una pregunta clave: ¿es posible establecer patrones que lleven las transformaciones paisajísticas provocadas por esta actividad a situaciones que no rompan con los valores paisajísticos, ni provoquen una devaluación del lugar que posteriormente haya que corregir?
La respuesta es clara: el objetivo no es restaurar la naturaleza, sino integrar todos los factores que hacen valioso un lugar en la evolución de la naturaleza. Es necesario introducir el paisaje como tema común, como argumento, desde las etapas más tempranas de desarrollo de los proyectos mineros.
El paisaje debe ser una fuente de sugerencias y restricciones que consideren la acción extractiva como un proyecto en el paisaje, como un proceso de diseño con la naturaleza, comprendiendo sus procesos, singularidad y esencia.
La planificación previa y la toma de decisiones, tales como la ubicación de los huecos de explotación, de las instalaciones, de los caminos de acceso, son clave y requieren de un trabajo meticuloso de diseño ambiental.
En este entente entre actividad y medio, surge el diálogo que ha de ser provisto de herramientas que mejoren la comunicación entre un agente modificador y el entorno que lo acoge. De alguna manera, la especificidad de cada situación debe orientar el enfoque a seguir en la re-cualificación de cada lugar.
Integración vs. visibilidad
Con frecuencia, la integración paisajística se reduce a la idea de visibilidad, pero el paisaje requiere más que la mera perspectiva del espectador. La simplificación de la integración de una acción en el paisaje a su visibilidad, reduce la integración a una mera lectura cuantitativa, a un modelo descriptivo.
Es preferible transitar hacia modelos cualitativos y justificativos que complementen el análisis cuantitativo con cuestiones socioculturales que enriquezcan el debate y aporten criterios de intervención.
En territorios donde la carga cultural o social decrece, pueden tener mayor peso los modelos racionales de intervención que integren variables ambientales – económicas, aunque en el proceso de diseño se pueden añadir nuevas variables que incorporen valor al lugar, como pueden ser las estéticas, sociales o visuales, al estilo del movimiento landart, en el que se dota de significado o valor a un lugar mediante un gesto puramente estético o formal.
Por ello, en lugar de la visibilidad, se propone introducir el concepto de “visualidad“, que incorpora al anterior (Diez, 2015).
El estudio de la “visualidad” de un paisaje explora los aspectos cualitativos que definen las relaciones visuales entre el observador y el entorno. La “visualidad” caracteriza un paisaje, un territorio expuesto, las relaciones espaciales que se producen con mayor frecuencia entre una comunidad y su entorno.
Estrategias de integración: la herida en el paisaje
Se pueden establecer dos enfoques opuestos, dos maneras de acometer la intervención para revalorizar el paisaje: “curar la herida” o “asumir la herida y ponerla en valor“.
El gesto de rehabilitar un espacio para curar la herida implica la aceptación de ese paisaje como un lugar devaluado tras la alteración y, por lo tanto, la re-cualificación se aborda mediante mecanismos de ocultación, mimetismo, asimilación del entorno o procesos de renaturalización.
La supresión de la huella causada por la actividad minera tiene como objetivo aumentar el valor del lugar asumiendo la variable ambiental como factor clave de la acción. Esta es la vía más transitada en la integración de explotaciones mineras debido a su dispersión en el territorio, en lugares donde la visualidad muestra vacíos perceptivos, espacios recónditos no aprehendidos por la sociedad. Sin embargo, en territorios con una visualidad rica, llena de referencias culturales e históricas, las estrategias han de dar respuesta a situaciones más complejas.

En el polo opuesto de esta concepción, la forma de actuar sobre el paisaje es asumiendo la “cicatriz” o la herida abierta generada por la actividad como rastro cultural de una comunidad. Unas veces de forma obligada por la imposibilidad de volver al punto 0; otras por suponer una oportunidad.
En este sentido, la integración del uso público en antiguas explotaciones fomenta la aprehensión de la “herida” y genera nuevos usos. Estas dinámicas provocan una visualidad sobre estos espacios que asume categorías estéticas contemporáneas, asumiendo la mezcla ( o mestizaje) de paisajes.
Entre estos dos planteamiento surge un abanico de posibilidades que deben explorarse para encontrar estrategias que mejoren las condiciones culturales, sociales, económicas, ambientales y visuales. Generalmente, es difícil asumir una estrategia integral de valorización de todos estos aspectos, y es priorizar uno u otro en función de la especificidad de cada situación, en relación con el «genius loci» y sus singularidades.
En la Tabla adjunta se recogen las estrategias básicas que se pueden emplear en un proceso de integración paisajística, utilizando unas u otras según la complejidad lo requiera del proyecto.
Las estrategias de imitación y ocultamiento están más presentes en el ámbito de querer “cerrar la herida” o al menos disimularla; estrategias como la armonización o la fusión son pautas que exigen un nivel superior en la complejidad del diálogo entre actividad y contexto.
Pautas como la singularización o la asimilación cultural apelan a la puesta en valor de la cicatriz en el paisaje, su reconocimiento como el resultado del devenir histórico, como un hecho que, en lugar de ser borrado, ha de ser explicado para fomentar una visualidad positiva hacia él.
